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Documento de identidad comercializado por Puigdemont a catalanes sería copia de uno similar de Estonia


El 'documento de identidad republicana' que la pasada semana comenzó a comercializar el fugado Carles Puigdemont está copiado literalmente del documento digital que tres asociaciones de Estonia lanzaron al mercado en 1989, antes incluso de que este país se independizase de la URSS en 1991. Ese documento, conocido popularmente como el ‘pasaporte Ramussen’, fue luego legalizado por el primer Gobierno independiente estonio y paulatinamente sustituido por diversas actualizaciones del mismo, aunque los originarios todavía están en vigor, reseña Antonio Fernández en El Confidencial.

La idea del DNI catalán que se ha sacado de la manga Puigdemont obedece, en primer lugar, a una fórmula para obtener dinero fácil. El documento se vende a 12 euros si se obtiene en su forma física, y a seis euros si el pagano lo quiere en formato digital, es decir, en el móvil. Más allá de para presumir de tenerlo, el carné no sirve para nada. “La idea partió de un alto cargo de la Generalitat, acérrimo de Puigdemont. Pero los que somos de la vieja escuela e independentistas de verdad no le vemos ninguna utilidad”, reconoce un veterano militante soberanista a El Confidencial.

Otro simpatizante subraya que “Cataluña, hoy por hoy, es una región de España. No somos Estado ni tenemos medios para hacer un DNI propio. Esto parece una broma, aunque solo se debe a una estrategia equivocada de Puigdemont, que se ha deshecho ya de sus antiguos colaboradores y cuenta con nuevo equipo”. Lo cierto es que la estrategia de la república digital catalana está copiada punto por punto de lo que hizo Estonia a finales de los ochenta, justamente antes de independizarse de Rusia.

En ese momento, un partido político y dos asociaciones crearon un Comité Ciudadano que repartió carnés de ciudadanía a sus acólitos. Ese comité es el espejo en el que se mira el Consell per la República que preside el propio Puigdemont en Waterloo. El músico Vardo Rumessen fue el que tuvo la idea, en febrero de 1989, de crear un documento de identidad estonio.

Todo el que lo comprase pasaría a engrosar el censo de la futura república que se independizaría de Rusia. Así, se apuntó a ese censo la mitad de la población. Era una manera de elaborar un censo propio para unas elecciones en las que solo se permitiría la participación de los simpatizantes y que permitiría la victoria del independentismo. Esa ‘nacionalización’ tuvo su plasmación en el DNI creado al efecto: los que hablaban estonio, recibieron un documento de color azul; los que no hablaban ese idioma, de color verde. Y los funcionarios rusos o los miembros del aparato soviético no tenían derecho a tener carné de Estonia.

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