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Falleció José Joaquín Puig de la Bellacasa, el ex asesor de Juan Carlos I para quien el rey emérito español era “ingobernable”


Quizás el titular de este obituario es reduccionista porque el fallecimiento de José Joaquín Puig de la Bellacasa y Urdampilleta (Bilbao, 5 de junio de 1931) debiera ser la ocasión para evocar la extraordinaria trayectoria de este vasco-catalán que rindió en la política, en la diplomacia y en la lealtad a la monarquía impagables servicios a España, siempre con profesionalidad, discreción y lealtad. Pero antes de dejar constancia reiterada de esos méritos, los episodios que marcaron su vida pública fueron sus dos estancias en la Zarzuela, en la Casa del Rey, reseña José Antonio Zarzalejos en un artículo titulado "El hombre que se enfrentó a Juan Carlos I" en El Confidencial.

La primera en 1976, aunque desde 1974 José Joaquín Puig de la Bellacasa desempeñó las funciones de asesoría en la secretaría del entonces príncipe de España y a él se atribuye la redacción del discurso de don Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975 con motivo de su proclamación a las Cortes. También se le adjudican —y así constan— numerosas labores de enlace con la oposición democrática al franquismo porque recababa la mayor credibilidad por su ideología abierta, liberal y democrática.

Regresó a la Zarzuela en 1990 como secretario general de la Casa del Rey, bajo la jefatura de Sabino Fernández Campo que ya había mostrado su deseo de ser relevado del cargo para el que estaba preconizado el diplomático bilbaíno. Sin embargo, en una operación envolvente, tanto Fernández Campo como el propio Juan Carlos I provocaron su salida en enero de 1991. Ni el uno ni el otro soportaron los criterios de estricta integridad de Puig de la Bellacasa. La prensa de entonces atribuyó su marcha de la Casa del Rey a "discrepancias" con Fernández Campo, aunque, en realidad, fue el propio Juan Carlos I el que no soportaba las admoniciones y advertencias del secretario general.

El monarca, ya entonces, no deseaba controles, ni admitía consejos que limitasen su autonomía personal. El diplomático pasaba semanas sin despachar con el jefe del Estado, sin intervenir en sus discursos y sin que sus recomendaciones y criterios fuesen debidamente valorados. Tiempo después, y pese a la discreción absoluta de Puig de la Bellacasa, se supo que el diplomático llegó a recriminar al Rey algunos aspectos de su conducta privada, incompatibles con la dignidad que exigía su condición. Comprobó entonces que Juan Carlos I era “ingobernable”, un adjetivo que le retrata con plena exactitud.

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