El cardenal Angelo Becciu tenía el perfil perfecto para que cualquier personalidad que se acercara a El Vaticano buscara su condescendencia. Su ascenso había empezado con Juan Pablo II y se había consolidado primero con Benedicto XVI y luego con Francisco. Este 'príncipe de la Iglesia' era educado, carismático y cercano al papa y a la Obra de María, uno de esos movimientos de laicos que mantienen hoy el poder de la Iglesia católica. También participaba en las fiestas para diplomáticos, primeras damas y políticos que solían organizarse en la Santa Sede, en las que, cuando él llegaba, lo habitual era que cayera un silencio seguido por el bullicio de una masa que se dirigía hacia él.
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