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Presa junto a su marido en España Luisa Plata, cirujana de celebridades, por explotación laboral, abuso sexual, blanqueo de capitales y otros delitos


La doctora Luisa Plata tenía su consulta en una de las mejores zonas de Barcelona, el paseo de Gracia. Allí recibía a lo más granado de la sociedad catalana en sus cómodos sofás de la sala de espera, con luces moderadas que creaban un clima de relajación tan solo interrumpido por el sonido del teléfono, reseñó Joana Morillas en ABC.

El nombre de la cirujana plástica se hizo conocido cuando empezó a atender a famosos. Corrió el boca a boca y obtuvo una buena dosis de publicidad. Una de sus clientas más populares era la cantante Ruth Lorenzo. A Luisa le gustaba decir que eran amigas y también que acudía a su consulta para hacerse algún que otro tratamiento. Básicamente, cócteles de vitaminas con los que aliviar los estragos que su piel sufría en tiempos de gira y promoción.

Si algo llamaba la atención de Luisa Plata era su apariencia. Llevaba bolsos de seis mil euros y se adornaba con joyas discretas pero de gran valor. Le gustaba el oro y los relojes. Su apariencia era espectacular, llamaba la atención su belleza y ese porte majestuoso. Una mujer muy guapa y con un cuerpo estilizado. Le encantaba hacer deporte para estar en forma y mantener la figura.

En el mundo de las celebrities, la cirujana plástica se hizo un hueco. Sorprendía que no cobrara a las famosas que se ponían en sus manos para mejorar su aspecto. Es el caso de María Lapiedra, a quien la doctora Plata realizó una Lipo Vaser High Definition, cuyo precio oscila entre los 6.000 y 12.000 euros. Y no solo eso, porque la colaboradora tampoco pagó los gastos de quirófano ni la estancia en el hospital. También su pareja, Gustavo González, visitó a la cirujana en su consulta para probar el tratamiento rejuvenecedor a base de inyecciones.

La doctora y su marido, Pablo Ardila, mantenían un ritmo económico alto. Ella vestía de primeras firmas y era habitual ver a la pareja en los locales más exclusivos de la noche barcelonesa. La pareja tenía dos hijos y ella explicaba que había contratado dos niñeras rusas para que se hicieran cargo de su crianza.

El matrimonio Ardila ocupaba la mansión que en su día alquiló el futbolista Ronaldinho Gaucho durante su paso por el F.C. Barcelona. El expolítico y la doctora pagaban unos 14.000 mil euros al mes por esta majestuosa casa con acceso privado a la playa, jacuzzi y piscina, además de amplias estancias. Algunas de ellas, decoradas con trofeos de caza que ellos mismos se encargaron de conseguir en los safaris que realizaban con asiduidad. Ambos lo tenían todo.

Sin embargo, llegó un momento en el que él no tenía ingresos y ella no ganaba lo suficiente para seguir llevando ese tren de vida, algo que alertó a las autoridades. Además, una exempleada los denunció. Durante un largo tiempo, la Policía siguió el rastro de la pareja y acabó acusándolos de delitos de trata de seres humanos con fines de explotación laboral, abuso sexual, blanqueo de capitales, delito contra la hacienda pública, contra el medio ambiente y contra la seguridad vial. En la actualidad, el matrimonio se encuentra en el centro penitenciario Brians (Barcelona) a la espera de ser juzgados.

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