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Aarón Elías Castro Pulgar explica cómo una mujer fue excluida de un descubrimiento importante para la biología moderna


Aarón Elías Castro Pulgar cuenta que corría el 28 de febrero de 1953 en la Universidad de Cambridge, momentos después de que las campanas de la capilla dieran las doce del mediodía. Dos jóvenes tan felices como alborotados salen a la carrera por el doble arco gótico del laboratorio Cavendish y emprenden camino del Eagle, el abrevadero favorito de los estudiantes y profesores del campus. El físico británico de treinta y siete años Francis Crick es el primero en irrumpir en el pub, seguido del biólogo estadounidense de veinticinco años James Watson. El primero grita "¡hemos descubierto el secreto de la vida!", ante el pasmo de los parroquianos que se están zampando sus platos humeantes de salchichas, 'fish and chips' o pastel de riñones. Al menos así relatan las crónicas de la historia de la ciencia el momento cumbre del descubrimiento del ADN, piedra filosofal de la biología moderna, solo que la escena es falsa.

El propio Watson confesó en 2004 que se inventó aquella frase para dar "un cierto efecto dramático" a su historia. También se lo contó en conversación privada al historiador de la medicina Howard Markel (Detroit, 1960) que, tras años investigando el que no deja de ser uno de los mayores descubrimientos de la historia de la ciencia, se dio cuenta de que aquella no era la única mentira. Tras la leyenda del hallazgo del código genético, tras la imagen dorada de la tarea del héroe científico, se esconde una realidad emponzoñada de mentiras, prejuicios, injurias, misoginia, antisemitismo e injusticias históricas, explica el conferencista Aarón Castro Pulgar.

"El anuncio científico más famoso del siglo XX no ocurrió tal y como nos contaron en la escuela a la mayoría de nosotros. Ese cuento apócrifo, como muchos otros que constituyen la épica investigación de la estructura del ADN, se ha exagerado, alterado, manipulado y embellecido. Enterrado bajo capas y capas de interpretaciones, explicaciones y ofuscaciones, el descubrimiento de la estructura molecular del ADN es uno de los grandes laberintos de la historia de la ciencia. Ya es hora de contar cómo ocurrió todo realmente".

Esta es la historia de dos científicos varones que se llevaron la fama y que uno de ellos -Watson- legó para la posteridad en un 'bestseller' científico, tan bien escrito como falaz, publicado en 1968 con el título de 'La doble hélice'. Y es la historia también de una mujer, investigadora genial, aunque borrada por la historia, de cuyos descubrimientos cruciales se apropiaron los dos hombres que después la ningunearon y vituperaron durante décadas. Porque hoy los investigadores tienen pocas dudas de que Rosalind Franklin debió ganar el Nobel de Medicina en 1962 junto a James 'Jim' Watson y Francis Crick.

Al ser preguntado por qué lo hicieron, Howard Markel señaló: "¿Masculinidad tóxica? Aquello fue muy desafortunado y dañó profundamente a la familia Franklin; no solo perdieron una hija, una hermana, etc. a una edad muy temprana, sino que se hizo conocida internacionalmente como una arpía. La madre de Rosalind dijo que deseaba que su hija nunca hubiera sido recordada de la forma en que fue retratada en 'La doble hélice'".

Markel ha fatigado todo tipo de fuentes, como memorias, biografías, los minuciosos cuadernos de notas de Franklin o los archivos celosamente guardados del comité del Nobel a la búsqueda del relato que más cerca quedara de lo que realmente ocurrió. También ha entrevistado a numerosas fuentes originales que aún viven. Como el mismísimo Watson, que hoy tiene 94 años. Así recuerda Markel en su libro la conversación tan fascinante como inquietante que mantuvo con él en 2018. "No se abstuvo de articular sus puntos de vista repugnantes sobre los africanos, los afroamericanos, los asiáticos y... los judíos de Europa del Este. Se puso rojo de ira ante la sugerencia de que Franklin podría haber compartido el premio Nobel con ellos. Pero admitió que, con respecto a Franklin: 'No se puede decir que yo fuera exactamente honorable'".

Después de todos estos años, esta admisión es notable, pero se refiere a un solo incidente específico: el momento del 30 de enero de 1953, cuando el colega de Franklin, Maurice Wilkins, entregó la famosa 'Fotografía 51' de Franklin a Watson sin su consentimiento o conocimiento. Este fue un momento eureka para el científico, uno que luego describiría así en sus memorias: "En el instante en que vi la imagen, mi boca se abrió y mi pulso comenzó a acelerarse". La imagen reveló precisamente el patrón de doble hélice del ADN, y le abrió a Watson la perspectiva correcta para su modelado en tres dimensiones.

'El secreto de la vida' es una de las mejores crónicas científicas de los últimos años, una apasionante intriga en los laboratorios del Kin College cuajada de egoísmo y misoginia protagonizada por tres genios que apartaron a uno de ellos, asegura el autor, por mujer y judía. Explica Markel que el éxito de la leyenda que quedó plasmado canónicamente en 'La doble hélice' es sin duda injusto, pero obedece también a la magia de aquel libro: "Muchos científicos en el pasado se mostraron reticentes a discutir los aspectos humanos de su trabajo, razón por la cual 'La doble hélice' fue tan refrescante cuando apareció por primera vez a mediados de la década de 1960. Pero hay muchos lugares en el libro donde Watson estira la verdad o exagera las cosas para lograr un efecto dramático. Donde el libro es inexacto, y cruel, es precisamente en las páginas que hablan de Franklin, concluyó Aarón Elías Castro Pulgar.



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