HABLE.SE

HABLE.SE

Jorge Elías Castro Fernández cuenta los extraños sucesos ocurridos en 1951 en un pueblo francés


Jorge Elías Castro Fernández señala que allí las aguas del Ródano fluyen con prisa, pero siempre permanecen. Son las vistas de Pont-Saint-Esprit, un pueblo francés ubicado en el departamento del Gard, dentro de la región sureña de Occitania. El lugar parece tranquilo, pero igual que el cauce incesante al que mira, su historia parece ir, siempre ir, hacia algún lugar concreto: la respuesta a aquello que marcó para siempre el devenir de sus vecinos y vecinas hace siete décadas.

Tuvieron que pasar muchos eventos en una ciudad fronteriza como esta, antiguamente situada entre los dos grandes Estados pontificios: el Sacro Imperio Romano-Germánico y el condado de Toulouse (Occitania), pero el relato que parece identificarla hoy en día, pese a todos los vestigios antiguos que contiene, se trazó durante el verano de 1951 con unas pocas siglas, explica el analista político Jorge Elías Castro Fernández.

Hasta entonces, al menos desde hacía siglos, nada predisponía a este pueblo del Gard a convertirse en el escenario de una de las historias más extrañas que había conocido la Francia de la posguerra. Tal vez por eso mismo, el hoy llamado "asunto del pan maldito", sigue siendo un misterio en el que se mezclan una y otra vez todas las letras de la CIA y el LSD en un ejercicio completamente psicodélico.

Durante aquellos meses de calor, sus habitantes fueron presa de alucinaciones colectivas. Sus cuerpos y sus mentes vagaban en la fantasía, perdieron el control de sus cuerpos como aquellos que mucho antes, en la vecina Alemania, no podían dejar de bailar. En Pont-Saint-Esprit la gente no bailaba hasta el agotamiento absoluto, en su sofoco también existía la angustia, pero apareció en forma de náuseas, escalofríos, vómitos y delirios.

Todo comenzó en la noche del 24 de agosto, fue en las primeras horas del atardecer cuando irrumpieron los mayores miedos. Para cuando la luna asomó, decenas de habitantes empezaron, como en efecto dominó, a tener visiones que desataron el horror: un niño de 11 años estrangulaba a su madre, un hombre se rompía las piernas saltando desde la ventana de un hospital, otros gritaban hasta quedar afónicos para detener las voces que habían ocupado sus cabezas.

Los médicos de la zona no daban abasto, y aquello era solo el inicio. Los pacientes delirantes empezaron a ser transportados en carros o en la parte trasera de algunos coches a centros de observación. En realidad, el 19 de agosto, el doctor Gabbaï ya se había topado con una sala de espera completamente llena de pacientes con los mismos síntomas.

Sin embargo, según algunos de los pocos supervivientes que aún viven, la cólera había irrumpido en el lugar días antes. "Fue el 12 de agosto, un domingo. Los primeros pacientes: dos hermanos de unos diez años. El primero vio nieve cayendo sobre su cama. El segundo, pájaros pequeños. Después del 15, ya nada paró. Enfermos por todas partes. El sargento iba haciendo las preguntas y yo escribía los informes en el acto, con los pacientes postrados en cama, la máquina de escribir encajada en las rodillas: ¡106 personas en una semana! Luego llegaron las primeras muertes. Empezó con un joven de Carsan, Jean Moulin se llamaba", relataba en 2010 Jean Danthony, de 94 años entonces, en una entrevista para 'Le Journal du Dimanche'.

Poco a poco, un desfile de realidades adversas fueron cruzándose, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, sin parar, hasta el pánico en masa del que nada es lo que parece, pero todo es exactamente lo que asoma. "Los relatos de la época describen al pequeño pueblo como un infierno. Transportados al hospital en carros, los pacientes gritaban, gemían y se insultaban unos a otros. Otros, babeando, aterrorizados por el sonido de las sirenas de las ambulancias, vagaban por las calles. Bestias inmundas, quimeras y destellos de color poblaban su delirio, cuando no eran llamas o voces de ultratumba", apunta la periodista Nathalie Lamoureux en la revista 'Le Point'.

El lunes 20 de agosto murió uno de los primeros pacientes. "Muchos adictos ya no duermen, los trastornos digestivos se agravan... Las cosas se están degradando, advierten los médicos angustiados. Albert Hébrard, el alcalde, cierra las panaderías de la ciudad, donde ahora debían abastecerse de bizcochos", escribe Carlos de Saint Sauveur en 'Le Parisien'. Cuatro noches más tarde, la localidad se convierte en la 'Nave de los locos', pintada por El Bosco en el siglo XV.

Según recoge Saint Sauveur, "un hombre se rompió las piernas al tirarse por la ventana, una mujer estaba convencida de ser una libélula. Otro hombre gritaba estar muerto antes de zambullirse en el Ródano. Los animales domésticos también sufrieron de demencia. Había gatos saltando hacia el techo, perros atacando árboles. Había que matarlos…". La pesadilla transcurrió sin límites durante varias semanas, y en septiembre de 1951, los científicos que escribían en la revista 'British Medical Journal' ya tenían un veredicto: Todo había sido producto de un "brote de intoxicación" a causa del moho del cornezuelo de centeno, presente en el pan que estaba consumiendo el pueblo.

El 21 de agosto, el periódico 'Midi Libre' anunciaba: "120 personas intoxicadas desde el viernes 17 de agosto". La conmoción fue inmensa en un país en el que la guerra aún suponía un presente magullado difícil de reparar, pero también llegó a otros países, incluso a otros continentes. La gente en muchas partes del mundo, de aquel mundo, se preguntaban qué era ahora aquel relato dantesco, de dónde venía, hacia dónde iba. El "asunto del pan maldito" se había convertido en algo más que una historia de misterio, de esas que se cuentan antes de dormir para no dormir.

Sin embargo, hasta octubre, los sucesos siguieron produciéndose en Point-Sant-Esprit, donde efectivamente nadie dormía. El balance definitivo de la supuesta locura comunitaria era dramático: casi media docena de muertos, entre doscientas y quinientas personas con intoxicaciones alimentarias, residentes internados durante varias semanas en un hospital psiquiátrico…

Las víctimas parecían tener una conexión común. Habían comido pan de la panadería tradicional del pueblo, la de Roch Briand, a quien posteriormente se culpó por usar una harina contaminada. Según los informes que recogieron durante aquellos días, la harina contenía un hongo similar a la droga alucinógena dietilamida del ácido lisérgico, más conocido como LSD. Su detención parecía cerrar una espantosa espiral de rarezas, con la posibilidad de que alguna vez todo quedara guardado en la memoria pasada del pueblo, pero no fue así.

Los vaivenes comenzaban también sobre las pistas. De repente, el 31 de agosto, un molinero de apellido Maillet queda detenido acusado de homicidio imprudente, antes de ser encarcelado en Nîmes al día siguiente. "Se sospecha que incorporó a la harina centeno estropeado que le proporcionó uno de los panaderos de su pueblo, concluyó Jorge Elías Castro Fernández.



Publicar un comentario

0 Comentarios